Hola bienvenidos de nuevo somos bayevi y como le dijimos antes le dejaremos un pequeño fragmento de la obra EL FABRICANTE DE DEUDAS ....... solo es un adelanto falta mucho de esta obra ...♥️💖
EL
FABRICANTE DE DEUDAS
Sala de la gran residencia que ocupan Luciano Obedot y su
familia. Los muebles son de estilo y entre ellos no falta alguno verdaderamente
antiguo. Un gusto burgués europeo ha elegido cortinas, alfombras, cuadros,
adornos, todo ostentoso pero de calidad. Una lámpara de muchas veces pende del
centro del cielorraso, mas hay otras de pie o mesa en diversos sitios de la
estancia. Al fondo se abre un arco que separa la sala de un “hall” por el cual
se va la puerta de la calle, que queda invisible. A la derecha hay una puerta
vidriera que conduce al comedor y, en segundo término otra hacia las
habitaciones interiores y los altos. A la izquierda se ve una ventana.
Al levantarse el telón el lugar se halla vacío. Es media
mañana. Suena el timbre de calle. Jacinto, el mayordomo, yendo de derecha a
izquierda, acude a abrir. A los pocos segundos, arrollándolo, se precipita al
interior David Cash.
Cash.- (Vociferante.) ¡Dile al señor que quiero hablarle!
¡Que esta vez no admito ninguna excusa! ¡Que voy a acudir a la justicia!
Jacinto.- (Sereno y ceremonioso.) Tenga el señor la bondad de
tomar asiento.
Cash.- (irritado.) ¡Déjate de protocolos! Avísale a tu patrón
que estoy aquí.
Jacinto.- En seguida, señor. Con su permiso. (Sale.)
Cash.- (Al público.) Disculpen esta entrada en escena,
señoras y señores, pero no podía haber sido de otro modo. ¿Ven ustedes todo
esto? (Alude a la casa.) Es la sala de un hermoso chalet de dos plantas,
rodeado por un jardín digno de un maharajá…
En total tiene… (Cuenta) ¡Siete habitaciones, sin contar las
de servicio! Una residencia como para embajada o colegio inglés. ¿Y cuánto
cobro por el arrendamiento de semejante palacete? Una miseria. Tres mil soles
mensuales. Una ley demagógica me impide subir la merced conductiva de esta
mansión… (Se cerciora que nadie en la escena lo escucha. Confidencial.) El
inquilino, desde hace seis años, es don Luciano Obedot. Me debe tres meses de
arrendamiento, pero estoy decidido a desalojarlo aunque sea un señorón. Sin
pizca de remordimiento, lo pondré de patitas en la calle.
Obedot.- (Que ingresa sigiloso). Lo he oído todo, mi querido
Cash. ¿Será usted capaz de hacerle esa canallada a uno de sus semejantes?
Cash.- (Reaccionando vivamente). ¡Alto! ¡Usted no es mi
semejante! Usted vive en un mar de deudas, yo no tengo acreedores, usted es el
inquilino remiso de esta casa, yo el propietario; usted es un Obedot que
aparece en las páginas sociales de los diarios, yo apenas un Cash a quien de
nada le ha valido invertir sus pocos ahorros en bienes raíces. ¡No somos, pues,
semejantes!
Obedot.- (Con tono de advertencia.) ¿Propugna usted la lucha
de clases? ¿La gran batalla entre los deudores y los acreedores?
Cash.- ¡No me envuelva con sus palabras! (Se cubre los oídos
con las manos.) No escucharé ni uno sólo de los hábiles argumentos que le
permiten vivir como un príncipe sin pagarle nada a nadie.
Obedot.- (Levantando la voz para hacerse oír.) ¡Le pagaré, le
pagaré…, pero evitemos la violencia!
Cash.- (Huyendo.) ¡No oigo nada! ¡Soy todo ojos! ¡Muéstreme
el dinero y se quedará usted aquí y en paz!
Obedot.- (Persiguiendo a su interlocutor.) ¡Usted es testigo
presencial y de excepción de mis desgracias! ¡No puede comportarse como un
extraño!
Cash.- (Arrinconado.) ¡No escucho nada!
Obedot.- (Obligándolo a dejar los oídos libres.) ¡Atiéndame!
¡No se inhumano!
Cash.- (Vencido y suplicante.) No me cuente otro cuento más,
se lo ruego. Ya no hay quien crea en sus historias.
Obedot.- Le pido que espere. Que espere un poco. Hay algo que
vendrá a salvarme y a salvarlo a usted muy pronto.
Cash.- ¿Y quién me espera a mí? El gobierno cobra
puntualmente los impuestos y al gobierno no le puedo decir que el señor Obedot
me pagará pronto porque hay algo que vendrá a salvarlo… (Recuperando sus
bríos.) ¡Debo actuar con rigor! ¡O me paga usted ahora mismo los tres meses de
arrendamiento que me debe, o lo hago desalojar esta misma tarde!
Obedot.- (Sereno.) Calma, por favor. Debe usted saber en qué
consiste ese algo que nos salvará. Es su derecho. (Pausa.) ¿Leyó usted que mi
hija está a punto de comprometerse? Déjeme consumar ese maravilloso matrimonio.
Cash.- Mi mujer, que lee las columnas de sociales, me ha
hablado de un pretendiente aristócrata o no sé qué… Del dicho al hecho, mi
querido señor, hay mucho trecho. Y, además, ¿Quién garantiza que la nobleza de
una persona está acompañada de fortuna?
Obedot.- En este caso nadie osa ponerlo en duda. Luis de
Narváez y Sotacaballo, Marqués de Rondavieja, es propietario de media
Andalucía. Ganaderías de casta, olivares, cortijos, un banco segoviano y casas
de renta en Madrid y Barcelona… Nada menos.
Cash.- (Incrédulo.) ¿Es verdad todo eso? ¿Está comprobado?
(Pausa.) ¿Y si es tan rico por qué se ha venido al Perú?
Obedot.- (Dueño de la situación.) La última temporada de
toros se hizo con reses bravas de su divisa oro y morado. Le gustó el país,
conoció a mi hija Pitusa y decidió establecerse entre nosotros. Los típicos
caprichos del millonario y un buen flechazo de Cupido hicieron el milagro.
Iniciará aquí un negocio de vinos generosos, con capitales propios y capitales
norteamericanos, y montará una cadena de churrerías al estilo madrileño.
Cash.- (Que ha permanecido atento, de pronto se pone en pie.)
Todo está muy bien y ojalá no sean puras fantasías, pero vine a cobrar y no me
iré con los bolsillos vacíos.
Obedot.- ¡Pero no sea intolerante, amigo mío! Le pregunto,
con toda sinceridad, ¿no existe un modo razonable de que yo obtenga un plazo,
un último plazo, para cumplir con usted?
Cash.- (Se pasea por la habitación, en silencio. Luego de una
pausa, habla.) Creo que hay uno. ¡El único!
Obedot.- Dígalo.
Cash.- Fírmeme una letra a treinta días por doce mil soles,
los tres meses vencidos y el que corre. Yo me encargaré de descontarla.
Obedot.- (Desencantado.) ¿Qué alivio le ofrece usted a este
condenado a muerte? ¿Acaso el indulto? ¡No, qué va! Como extraordinario favor,
como prueba de gran magnanimidad, le propone la horca en vez de la guillotina.
Una muerte sin sangre, nada más.
Cash.- (Tajante.) ¡Sin letra, no hay clemencia!
Obedot.- (Melodramático.) Así es la justicia humana. La deuda
para ella es peor que el asesinato. En la mayoría de los casos, el asesinato se
castigo procurando al delincuente alojamiento, alimento regular y reposo. Es
decir, la cárcel. La deuda, por el contrario, lanza al pobre deudor a la
intemperie y al hambre.
Cash.- ¡No haga frases, por favor! Le haré una pequeña
concesión más. La letra será a sesenta días… ¡Más los intereses, se entiende!
Obedot.- Un poquito más de piedad aún, amigo Cash… (Pausa.)
¿A noventa días?
Cash.- ¡No! ¡No! ¡Es mucho plazo noventa días!
Obedot.- Justamente es lo que necesito. Aparece Jacinto.
Cash.- ¡Bueno! ¡Acabemos de una vez! ¡A sesenta días!
Obedot.- (En voz baja.) ¡Por favor, ni una palabra ante los
domésticos! Iremos a su oficina. Ahí firmaré la letra.
Cash.- Vamos. (Se dirigen a la puerta.) A sesenta días… ¿De
acuerdo?
Obedot.- ¡A noventa!
Cash.- (Saliendo.) ¡Más los intereses!
Obedot.- Menos altos, por supuesto… (Salen discutiendo.)
Jacinto los ve salir. Se encoge de hombros y, enseguida, se
pone a pasar su plumero por los muebles.
Jacinto.- (Suspendiendo su labor y dirigiéndose al público.)
Don Luciano Obedot, amigos míos, es un buen navegante en el tempestuoso océano
de la acreencia. Aunque esta vez puede naufragar… y como me adeuda un año de
sueldo creo que, respetuosamente, ha llegado la hora de reclamárselo. Ese Cash
tiene todo el aspecto de una tormenta capaz de arrojarnos a todos por la borda,
lo cual es hasta para un mayordomo impago una humillación excesiva (Pausa.) Con
la venia de ustedes. (Sigue pasando el plumero.)
Jobita.- (Que ingresa acompañado de Godofreda.) Oye, oye, ¿en
esta casa qué día hay paga?
Godofreda.- Ya le he dicho que aquí Dios tarda, y a veces
mucho, pero no olvida.
Jacinto.- (A Jobita.) La pura verdad, muchacha. He servido en
muchas casas de familias con escudo en el anillo, de generales en retiro pero
muy condecorados, de ministros poderosos aunque impopulares, etc, es decir, he
estado entre lo mejorcito de Lima, pero nunca vi gente tan original como los
Obedot. ¿De dónde sale la comida? ¿Quién pagó el automóvil? ¿Por qué no se
produce el desahucio? Nadie lo sabe. Dejas de cobrar durante mucho tiempo, pero
de pronto te cae una propina suculenta, o cobras y durante meses y meses no
recibes un centavo extra…
Obedot.- Espero que Pitusa considere el matrimonio como una
transacción económica.
Entra Socorro, la esposa de Obedot.
Socorro.- (Escandalizada). ¡Qué idea, Luciano! ¿Te casaste
conmigo como hombre de negocios o como enamorados?
Obedot.- (Yendo al encuentro de su mujer y besándola.) ¡Como
un Romeo que desposa a su Julieta! (Pausa.) Ahora llama a Pitusa, que debo
hablarle. Es preciso que comprenda la finalidad de la cena de esta noche y de
que convenza de que tiene que tomar en serio al Marqués.
Socorro sale en busca de su hija.
Obedot.- (Que se adelanta al público.) Me casé creyendo que
el famoso general había dejado una herencia fabulosa, como para permitirme dar
un salto hacia la fortuna inquebrantable. (Recalcando las palabras.) ¡Ni un
centavo! ¡Así como lo oyen; ni un centavo partido por la mitad! (Pausa.) Parece
que a mi suegro le sucedió lo mismo, y que antes su suegro le ocurrió otro
tanto, y así hasta el demonio sabe qué generación de desprevenidos. Una cadena
fatal de errores, de la cual yo soy el último eslabón. Es cierto que el
distinguido prócer ganó mucho oro en sus patrióticas campañas, pero lo derritió
luego en la crapulosa vida privada que, al margen de la cosa pública, llevó
irresponsable y alegremente. Los historiadores le han dedicado muy bonitas
páginas, una calle ostenta su nombre y apellido, en algunos museos están sus
medallas, su catre de campaña y una heroica camiseta quemada por la pólvora. De
sus peripecias de galán derrochador no se dice en ninguna parte nada, pero fue
en ellas donde tiró la casa por la ventana. (Pausa.)
En fin, esa carta me falló hace tiempo, cuando yo era un
crédulo soñador, pero la que juego ahora con el Marqués está marcada. Esta vez,
gracias a mi talento, una persona de esta familia va a acertar en la ruleta del
matrimonio.
Entran Socorro y Pitusa.
Socorro.- Ya le he dicho que se ha presentado un partido que
no conviene desdeñar.
Obedot.- Así es, hijita. Te vas a casa. Eso, en los días
negros que corren, es algo que testimonia la existencia de Dios.
Pitusa.- (Con voz dulce.) Entonces, ¿ya te habló el joven
Castro?
Obedot.- ¿El joven Castro? ¿Quién es? ¿Castro qué?
Pitusa.- Ángel Castro, papá. Una vez fui con él a una fiesta.
¿Recuerdas?
Obedot.- ¿Un tipejo paliducho?
Pitusa.- ¡Un muchacho delicado, papá!
Obedot.- ¿Y por qué habría de hablarme el joven Castro?
Pitusa.- Para pedirte mi mano, papá. Queremos casarnos.
Socorro.- ¿Qué? ¿Estás enamorada de él?
Pitusa.- Sí, mamá.
Obedot.- ¿Y el de ti?
Pitusa.- Sí, papá.
Obedot mira a Socorro, Socorro a Obedot, totalmente
desconcertados ambos.
Obedot.- (Sin saber qué hacer ni qué decir.) ¿Y qué pruebas
tienes de que ese individuo te quiere?
Pitusa.- (Con naturalidad.) Me siento amada.
Obedot.- (Exasperado.) ¡Qué pruebas, pregunto! ¡Qué pruebas!
Pitusa.- Quiere casarse conmigo.
Pausa. Hay desorientación entre los padres.
Socorro.- (Con ternura.) ¿Y cuándo te ha dicho que quiere
casarse contigo?
Pitusa.- Todas las tardes.
Socorro.- ¿Todas las tardes? ¿Te ves con él todas las tardes?
¿Dónde?
Pitusa.- En el jardín. Ahí nos reunimos diariamente.
Obedot.- (Conteniendo la cólera.) ¿Y por qué no nos lo has
dicho antes?
Pitusa.- Nunca ustedes me lo preguntaron.
Obedot.- (Estallando.) ¡Pero quién es él! ¡Cuál es su
familia! ¡Con qué cuenta para casarse!
Pitusa.- (Natural.) Se llama Ángel Castro. Estudia en la
Universidad. Es huérfano.
Obedot.- (Desesperado ya.) ¡Huérfano! ¡Estudiante! ¡Castro!
¡Nada! (Al público.) Ahí tienen ustedes una muestra de lo que son estos
absurdos tiempos. Un jovenzuelo que no tiene dónde caerse muerto y que debería
pasarse los días y las noches con la cabeza metida en los libros, que no ha
salido prácticamente del cascarón, ya quiere casarse… (A su hija) ¡Pitusa!
Pitusa.- Sí, Papá.
Obedot.- (Tratando de exponer un razonamiento convincente.)
Escúchame, criatura. Bueno, te casas con el tal Ángel. (Pitusa sonríe
complacida.) ¡Tú no tienes un real! ¡Él tampoco! Al día siguiente de la boda,
¿qué comen? ¿Lo han pensado?
Pitusa.- Sí, papá.
Socorro.- (Emocionada.) ¡Oh, mi hijita está enamorada!
Obedot.- (Grita.) ¿Qué comen?, pregunto.
Pitusa.- Lo que haya. Un pan, una papa, un vaso de agua. ¡Y
nos querremos más!
Obedot.- ¡Eso es pura fantasía!
Pitusa.- Hemos decidido alquilar un pequeño departamento en
las afueras. Yo seré su sirvienta y él mi sirviente. Cocinaremos juntos,
lavaremos los platos juntos, pasearemos juntos, leeremos juntos. Enseñaré
inglés en mis horas libres. Él, cuando sus estudios se lo permitan, hará
trabajos de mecanografías. El amor nos ayudará a vencer todos los obstáculos.
Obedot.- ¿Pero ese insensato alimenta alguna ambición en la
vida?
Pitusa.- Es inteligente y voluntad no le falta. Llegará a ser
por lo menos embajador.
Obedot.- Mira, hija. En estos tiempos, embajador es
cualquiera. No se necesita mucho ingenio para llegar a serlo. (Pausa.) ¿Qué
estudia tu galán?
Pitusa.- (Muy orgullosa.) Antropología.
Obetot.- (En el colmo de la perplejidad.) ¿Antropología? ¿Y
para qué sirve eso?
Pitusa.- El mundo futuro necesitará de los antropólogos.
Obedot.- Y mientras esperamos que venga de no sé dónde ese
mundo futuro, ¿cómo se las arreglarán ustedes dos?
Pitusa.- Todo lo solucionará nuestro cariño, nuestra unión. A
él le sacrificamos, por eso, todo.
Socorro.- (con intensión.) ¿Todo? ¿Inclusive tu padre y tu
madre?
Pitusa.- ¡Oh, no! Quise decir que… (Vacila.)
Obedot.- ¿Tu angelito conoce la situación económica por la
que atravesamos?
Pitusa.- (En son de protesta.) Nunca hemos hablado de dinero.
Obedot.- (Insidioso.) ¿Te cree rica, entonces?
Pitusa.- (Cándida.) Me sabe buena.
Obedot.- (Triunfal.) ¡Ahora comprendo!
Socorro.- (A Pitusa.) ¿No te parece?...
Obedot.- (Deteniéndola.) Nada, nada. Escucha, hijita le vas a
decir a ese niño que venga a hablar conmigo esta tarde. ¿Puedes citarlo?
Pitusa.- (Alegre.) ¡Claro, papacito!
Obedot.- A las cinco lo espero. (Didáctico.) Atiéndeme bien
ahora. Hace unos días, en la fiesta de las hermanas Corominas, conociste a un
distinguido joven español, el Marqués de Rondavieja.
Pitusa.- ¡Oh, sí! Un pesado que me molestó toda la noche.
Obedot.- (En tono de reproche.) ¡Un caballero que te hizo la
corte!
Socorro.- Un señor en toda la extensión de la palabra, hija.
Obedot.- Ese señor en toda la extensión de la palabra, como
dice tu mamá, vendrá esta noche a cenar con nosotros, pues está interesado en
ti. Tu madre y yo vemos con muy buenos ojos a este pretendiente. (Pausa.) No
serás, hija mía, la señora de Castro. Serás la Marquesa de Rondavieja. No irás
a para tampoco, ya que tus padres velan por tu dicha, a un modesto departamento
de suburbio. Vivirás en un barrio residencial. No cocinaras, ni lavarás, ni
enseñarás inglés. Viajarás tendrás joyas, serás una reina… ¿Has entendido?
Pitusa.- (Un ademán de rebeldía.) ¡Papá, quiero la felicidad
aunque sea en la pobreza!
Sebastián Salazar Bondy
Comentarios
Publicar un comentario